Con mucha frecuencia ante una imagen tomada con un objetivo 'ojo de pez' (esos que curvan la imagen convirtiéndola en un círculo imposible), que luce el cielo más artificial jamás visto (antes fruto de un filtro, hoy debido al hecho de usar Photoshop) o una forzada perspectiva (piénsese, por ejemplo, en un retrato hecho en contrapicado), he oído el susodicho comentario de "¡Qué foto tan buena!" o un "¡Ohhhh!" de admiración. Disiento rotundamente: una buena imagen (lo de bonito ya entra dentro de la percepción subjetiva de cada uno) es aquella que cuenta, que transmite sensaciones, que nos dice lo que sólo con palabras no seríamos capaces de expresar.
En una buena imagen la técnica tiene que estar supeditada, elegida, en pos del mensaje, nunca al revés. Da igual si la fotografía en cuestión se utiliza para ilustrar un reportaje de moda, vender turrón, retratar un artista, denunciar un hecho o presentarnos a la familia política; lo esencial es que sirva para lo que está concebida, en blanco y negro o color, digital o analógico, pero lejos de las acrobacias técnicas que nos permiten las cada vez más sofisticadas cámaras fotográficas.
La fuerza erótica de una flor de Robert Mapplethorpe, los inabarcables paisajes de Ansel Adams, la humanidad desbordante de Robert Doisneau, la fría belleza de Richard Avendon... Las grandes fotografías reflejan la verdad de sus autores, la personalidad de los fotógrafos.
Silvia García Ponzoda
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